04:25PM
Y aquí estamos princesa,
nuevamente con ese dolorcito inevitable en el corazón, ese que te oprime el
pecho y con eso la ilusión fugaz que hasta hace poco hacía que resplandescas.
Estos malestares que cuando pasan, juras que a la siguiente vez estrás
preparada, que ya nada podrá contra ti y tu brillante certificado de
YoSalíDeEstaNiHuevonaMeVuelveaPasar, pero ¿realmente vuelves a darte, al menos,
una ínfima idea de lo que realmente duele? No pues, definitivamente te tiene que
volver a pasar y si, con ello la lista de síntomas pre infarto por causas
amatorias fallidas, y vuelves a sentir exactamente lo mismo. El certificado
parece haber sido obtenido de forma fraudulenta y tu brillante coraza que te
protegía, al parecer se trataba de una fina estafa de tiempo limitado sin
derecho a devolución.
Ahí estás princesa, con todo el
fuego de dragón en las entrañas y con ganas de hacerte cenizas a ti misma, que
ese fuego de la rabia te atraviese por cada partícula de tu ser para que así,
tal vez esta vez, se te olvide hasta cómo sabe la emoción de la primera sonrisa
robada, que simplemente desaparezca todo y no quede rastro alguno de lo que
implica un corazón herido, un corazón con ganas de salir corriendo por lo que
le acabas de hacer. Eso es, un corazón roto.
Ya estabas en la última fase del
nivel avanzado en la especialización “cero formalidades, yo creo en la buena
vida antes de los 30” cuando de repente aparece este príncipe especializado en
lo mismo, y por arte de magia empiezan a avanzar juntos en el camino de la
preparación de la sustentación de su posgrado, del demostrar al mundo que
pueden ser dos personas con las cosas muy determinadas, con el objetivo claro,
casi casi una especie sobrehumana sobre tanto mortal que vive pensando en encontrar
el amor de su vida. Disculpen, nuestra naturaleza es superior. Bah!
Habían pasado varios meses de
nuestros encuentros míticos, y un día se te ocurre hablar sobre el amor. A
comparación de mi mediana historia en versión de bolsillo de mi última relación
formal, te sentaste en el sillón de “consultorio psiquiátrico” donde viste en
mí a tu doctora, y te mandaste con la historia de amor más complicada y épica
en que no me quedó dudas que aún no había cerrado ese libro. ¡Carajo! Fue una
bomba nuclear, cuando debí tomarlo como nada, como la historia que te cuenta tu
amigo, fresco todo. ¿Amigo? ¿fresco? SOS sufrí un ataque de asfixia encaletado magistralmente
por mi mejor acto digno de un premio de la academia.
¿Qué hice? ¡obvio! Lo más maduro
e inteligente… OkNo, me alejé en un dos
por tres de él por unas semanas, no mensajes, no llamadas, no encuentros, el
mundo me había tragado y yo, no quería salir de él. ¿Por qué lo hice? Porque me
había dado cuenta de que había jalado en una mi curso de especialización, que
de inmortal pasé a la terrible mortal con sentimientos de amor que habían
florecido y yo me hacía la idea de que solo era el placer de disfrutar de su
buena compañía.
Después de tanta desaparición, un
día llegó a tu castillo aquel príncipe que tenías en el abandono, bajó de su
corcel, llevaba puesto su armadura de hierro para soportar cualquier reacción
tuya, que posiblemente experimentarías frente a su decisión de no irse hasta
que le des la verdadera razón de tu cobarde e inexplicable muerte súbita en el
forzoso final del cuento.
Te armaste de valor y le dijiste
que sí pues, te habías empezado a confundir y que su historia de amor se
convirtió en un shock tan fuerte, que te botó lejos de él. Él te observó,
sonrió con esa típica sonrisa de complicidad y dijo que siempre estuvo casi
seguro que esa historia había calado pero que necesitaba estar seguro de ello.
Te dijo que realmente no debías tomar las cosas así, que si hubo esa efusividad
digna de pensar que se trata de un Romeo de siglo 21, fue porque jamás había
tenido la confianza con alguien para decirlo todo, que cuando llegó a su casa y
pasaron los días, sintió que el peso de esa historia había desaparecido y ya no
había historia. Que me había extrañado como nunca, que sigamos viéndonos, que
salgamos a la vida. Tú, que no cabía emoción más grande, te rendiste a sus
brazos y en un abrazo infinito. La suerte estaba echada, seguirían siendo un
par que se lleva muy bien. Solo un par.
Los días siguientes fueron
nuevos, realmente eso fueron, descubrimos lo que era vivirse un poco al mundo,
conversar más, sentarnos a tomar café, ver películas, caminar sin rumbo y todo
eso, sin que vuelva a pasar ni el más mínimo beso, raro al principio pero
prometedor, eso me decía cada vez que la ciudad nos tenía juntos recorriéndola.
Más que dos simples amigos, siempre hubo su nota de ternura pero solo su
pequeña dosis, la preocupación mutua, el mensaje al despertar y al dormir, la
llamada casual para hablar alguna cosa sin sentido. Todo así de nuevo, de raro,
de toque especial, de bonito. De sin nombre definido. De no saber en qué
dirección vas.
Este pensamiento también empezó a
calarme pero existía el temor de que un “¿qué somos?” arruine completamente
todo. Y en medio de esta incertidumbre -entre la posibilidad de un nuevo
comienzo con aroma de romance venidero o de convertirme en tu nuevo pata
pelotero para la pichanga y las chelas- me comentas que el fin de semana te vas
con un par de amigas, un amigo y un grupo más a una casa de playa.
Estocada con furia, estocada que
se va hasta el fondo porque ya habías bajado la guardia. ¿Qué de malo en ello?
Nada y todo: nada, porque come on somos jóvenes y solteros cada quién se
divierte, es verano; todo, por eso mismo, porque somos solteros, porque yo no
puedo reclamar nada, porque ¿para qué hacerlo? ¿alguien ya tiene claro lo que
hay?.
Perfecto, y aquí viene todo lo
que siento descrito en dos primeros párrafos, me revienta sentir tantas cosas
de nuevo, que pudieron ser evitadas y calculadas, porque mi máscara de chica
ultramoderna YoNoMeEnamoroHastaQueHayaRecorridoElMundo se cayó y se rompió en
mil pedazos, porque no supiste jugar el nuevo juego, porque te ilusionaste como
cualquier humano cuando te jurabas ser superior. Porque no somos nada. Solo somos
un par.
Pd. Yo quiero saber el final.
Estoy por desenvainar mi espada para zanjar esto, como se llame, historia.